Cuando lo que está en juego es un campeonato del mundo [de ajedrez], las emociones negativas se imponen sobre las emociones positivas, porque lo que uno desea es aniquilar a su adversario. (…) Además de potencial creativo, el campeón del mundo debe tener instinto asesino. Como capitán del ejército, uno sólo puede triunfar si se ha organizado bien para arrollar al bando enemigo. Tienes que saber utilizar todo tu ingenio para destruir a tu adversario.
Boris Sapssky, La Guerre des Echecs.
El Ajedrez es la guerra en un tablero. El objetivo es aplastar la mente del oponente.
Vuelvo con el ajedrez. Me enteré el otro día de que en estas fechas se juega el Campeonato Mundial de Ajedrez (FIDE) entre Anand y Topalov, cuando mis compis Edgar y Pedro pusieron la primera partida en el ordenador del bar mientras nos hacíamos un café. Esa retrasmisión por internet no tiene demasiado que ver con la cobertura mediática de la histórica batalla de Reijkavik entre Fischer y Spassky (1972). El documental enlazado presenta bastante bien esta politización del torneo, en el contexto más encarnizado de la guerra fría, con Kissinger llamando por teléfono al dísloco Fischer que se negaba a jugar si no pagaban más (Y finalmente, “como un joven soldado ante la batalla”, claudica y declara: “He comprendido que los intereses de mi país están por delante de los míos”).
Jesús Pérez comentaba hace unos días como la caída del famoso muroacabó drasticamente con la explicación simple de todos los conflictos mundiales: donde antes sólo había comunistas contra capitalistas, ahora aparece una compleja maraña posmoderna de factores y flujos interrelacionados. En el mundo del ajedrez, tal vez el punto de inflexión hacia el caos sea el ‘93, con todo ese jaleo de la PCA de Kasparov y la problematización del concepto de “campeón oficial”. O la primera victoria de Deep Blue en el ‘96, marcando un hito en la historia posthumana (insisto: ¿Cómo quedarían Deep Blue contra Deep Blue? ¿Y quñe tiene esto que ver con la anécdota que ilustra el primer epígrafe de las Tésis sobre la Filosofia de la Historia de Benjamin?). Aunque sigue habiendo intentos de reducir la complejidad a categorías simples, (Choques de civilizaciones o rencillas tribales), lo cierto es que nada es tan fácil como parece (el libro de Jesús puede ser un buen comienzo para superar la simplicidad de “las ideas dotadas de más alto poder de invasión“). El torneo mundial se reduce hoy a una discreta página de internet, que retrasmite al mundo laa partidas entre un indio que vive en Collado Mediano y un búlgaro que vive en Salamanca. Reducir esto a un enfrentamiento de naciones es bastante absurdo.
Arte, deporte ciencia… poco importa todo eso: el ajedrez es elenfrentamiento de dos egos que lucharán hasta el final por la victoria.
Pero creo que reducirlo todo a un “enfrentamiento de egos” se queda igualmente corto. Este error lo cometí hace un tiempo, con mi drástica lectura de los escaques. Estos meses acabo mis prácticas de sociología sobre el judo, en una interesantísima investigación de Manolo Rodríguez Victoriano y Ramón Gómez-Ferrer. En el gimnasio Judokan de mi barrio, la cooperación y el conflicto se mezclan en ambigüedades cuando los chavales luchan, cuando el juego y el aprendizaje se simultanean en el espacio-tiempo hierofánico del tatami. Añado: la mística figura de Jigoro Kano con su faja blanca dominando el espacio desde su imágen en el poster del Code Moral du Judo, en escala de grises. Leyenda: Jigoro Kano mirando unas cañas de bambú doblarse por el viento. No puedo decir a ciencia cierta que Julio Cortázar no conociera el Judo y por eso prefiriera el box, pero me cuesta pensar que, fanático como era del momentosatori, ese que se abre a cada segundo al asumir la filosofía de la historia de Walter Benjamin, pudiera Julio preferir el box a los movimientos circulares de los montes Wudang.
En fin, me he ido por las ramas con el judo y no era eso. Era ajedrez, y el objetivo ahora era desmontar el mito del monomaníaco homicida que se desangra en el tablero, el mito de las familias hostiles enfrentadas en eterna partida disputándose un infinito y olvidado premio. Para ello, nada mejor que la realidad, el desencanto de la realidad y el fango. El ajedrez federativo valenciano. Derrotas pactadas para repartir el premio de tramo Elo. Torneos amateur con premios de 4.500 euros, salones de hoteles lujosos de Benidorm manchados de olor corporal, intrigas con señoras eslavas de tupido cabello y supuestas comunicaciones electrónicas. Caribeños errantes que sobreviven dando clases a niños pijos y Grandes Maestros Internacionales persiguiendo la bolsa de un torneo municipal como un cazador de cabelleras. En este punto viene a la mente Sensini, el protagonista del cuento homónimo de Bolaño que abre su libro Llamadas telefónicas. Sensini, el gran saboteador, el que se alimenta de brotes de ortiga y hiedra en las ruinas de arcanos templos. He aquí una foto de un gran Sensini ajedrecístico:
Y no voy a contar nada de este hombre que fue Sensini porque eso lo harán Edgar y Pedro en la wikinovela que tenemos en marcha. Metedles presión a ellos, que a mí ya no me hacen caso. Yo me retiro a leer el relato de Stefan Zweig, a ver que opina de los jugadores de ajedrez…
Fuente Falanado no Deserto